30 may 2012
Lo que se me vino
Mi película empieza revelando el final. Y con la consigna más trillada. Soy un joven de treinta años que quiere cambiar el mundo, aunque decir mundo queda grande. Entonces pongamos que quiero cambiar mi país y lo dejamos contento a Zelarayán. Pero él diría que mejor es cambiar las condiciones básicas en las que viven un montón de personas. Lo de las personas diría él, y quizás les pondría nombre y razón social. Eso sí que sí. Las cosas básicas que no tienen muchas personas. Casas básicas, para arrancar. Por que por algún lado hay que arrancar.
Yo crecí en una casa básica, de plan estatal. Y me doy cuenta que aunque me pierda en varios de los caminos intelectuales por lo que salgo a caminar, sigo pensando lo mismo. Estamos completamente locos o somos muy hijos de puta. Los que habitamos esta tierra argentina en dos mil doce, perdimos de vista por donde hay que arrancar. Que cada uno se ponga a pensar si se considera parte del “los que habitamos esta tierra…”. Y ahora que de nuevo sale a flote lo que desde el principio estuvo ahí. Me doy cuenta una vez más que vivo distrayéndome. Uno suele reproducir que se puede seguir esperando. Y no es así. Aunque parezca, aunque nos contemos ese cuento para tranquilizarnos, muchos no deberían esperar más. Y desde el texto que tecleo ya empiezan a salir las preguntas que son más producto de la sintaxis, que de un sentido previo. ¿Los que no pueden esperar más, saben que no pueden esperar, o ya no saben cómo decirlo?
Ayer fui al cine a ver Elefante Blanco, la película de Pablo Trapero. La pelicula me dejó sacudido, dormí poco toda la noche, y salte de la cama a las siete de la mañana para escribir, aunque siempre empiezo mi día alrededor de las once de la mañana. Escribir ayuda a ordenar la cabeza, y entre otras cosas ayuda a poder vislumbrar las prioridades. También pareciera que escribir salva. Pero no sé por qué, desde hace bastante me digo que no me quiero salvar de nada. Porque yo ya estoy salvado: tengo casa, comida y abrigo. Y además fue el poeta menos respetado entre la manada de los poetas el que dijo “No te salves”. Habrá que entender que eso es gran poesía.
Aviso. No quiero que me pongan una pila de muertos en la cara y hablar de “si la luz que capturaba la cámara era mucha o estaba bien, o si el guión se excede en alusiones a la violencia”. Todas esas cosas que repetimos como loros, también las sabemos hace ya bastante tiempo. Desde antes de ver la película considero que nuestra época, o mejor dicho nosotros, los que pensamos esta época, llegamos a un grado de inteligencia tal que tendríamos que dejarnos de joder un poco. Por eso cuando mi alma abandona el síndrome del seissieteochismo, me dicta que esta, artística o intelectualmente, es una época de mierda, o cínica mejor dicho. Acumulamos tanto conocimiento pero no sabemos qué hacer con eso. No podemos mejorar la vida de muchos. Pero si te conviene seguir comparando la Argentina actual con el tramo de la dictadura o del menemismo, adelante. Claro que estamos súper bien. Y sé que eso, en serio, es una forma de analizar la historia, la política o lo que fuere; comparativamente.
Estamos varados en el cuento de la buena pipa. Los que manejan la cosa ya lo saben. Y no pienso solamente en mis líderes políticos y los lideres que votamos para que guíen el país. Pienso también en los poetas que leo, en los analistas que leo y escucho, en los pequeños artistas que entrevisto, en los tipos y minas que tienen la guita; esos a los que se llama, abstractamente, el poder económico. Todos ya sabemos todo. Puedo errarle fiero, pero a menudo siento que no cambiamos, o no terminamos de cambiar las cosas porque no queremos. Bah no sé. Se que muchos quieren cambiar las cosas. Hasta Macri quiere cambiar las cosas. El punto es, en esa lucha de hegemonías, quién termina por torcer el brazo, aunque sea momentáneamente.
Y sé también que un político, y más si es de cualquier tipo de oficialismo, no pude reconocer esto, salir y decirlo, porque las aves de rapiña que intentan ocupar su lugar le comen el hígado en doce segundos. Pero eso es llamado “estrategia política”. En el paño, quien administra con buen tino esos recursos, es considerado un “animal político” de pura cepa. Todo es viejo. El primero que puso una academia del palo fue Sun Tzu, se llamaba “El arte de la guerra”. Así que quizás esté bien considerarlo así. No lo sé. En cuanto al temita de la verdad en boca de un funcionario, preguntale dos años después que dejó su puesto. ¡Ojo! Si todavía no lo compromete algo. Entonces disertará sobre la verdad. ¡La verdad, la verdad! Tengo que recordar más seguido la frase que leí del Guille Bachini: “Quiéres que te digan la verdad, la verdad la vivirás”.
Volviendo a esta fiebre que me agarró por encontrar culpables, lo admito, la responsabilidad es nuestra. Y a pesar de que Galeano ya nos enseñó que generalizar absuelve, porque “si todos fuimos nadie fue”, pienso que somos culpables (sino te gusta ponele “responsables”), los que miramos nuestro bolsillo y encontramos guita. Y para no seguir con eso de que solamente nosotros, los burgueses mas aburridos, somos los culpables de todo, me atrevo a pensar que los trabajadores, con los que tienen el volante del movimiento, también. ¿Es necesario realizar una escala, una paleta a modo de gradación, de los posibles grados de responsabilidad ante los actos de injusticia criminales? ¿Ya perdimos de vista que esa cadena es posible cortarla de algún modo?
Trapear que se vino el agua
Trapero adoptó un modo narrativo, que aunque les es propio desde sus films anteriores, se asemeja al ritmo y los límites de lo contable (que saltó el cine local con su película), del cine brasilero de la última época. Eso de que no hay descanso en la violencia marginal, y que los muertos tienen planos sostenidos donde aparecen acribillados y de cuerpo entero. En ese lugar, donde la mole de cemento estancada es la patria subsumida, conviven personajes que, por un motivo u otro, sufren profundas crisis de fe. Algunos lo dicen y a otros se les nota sin hablar. Y aparecen transas, canas, curas, balas, y ministros, obispos, paco y lluvia. Y tomas de terreno y mucha ira.
Trapero contaba en Radar hace unas semanas que al filmar, tenían que avisar mucho cuando iban a hacer escenas de tiros, para que algunos de la villa no se coman cualquiera y salgan a tirar, pero también daba a entender que la gente que vive ahí suele ser estigmatizada, y que los pibes podían jugar al fútbol en la calle pero que sus hijos no pueden hacerlo en la calle en donde viven. Desde ya que esas calles por las que los protagonistas transitan son calles olvidadas. Pasillos que el estado visita intermitentemente, enviando jóvenes asistentes sociales (no necesariamente en la película), o alguna que otra ayuda. ¿Por qué así debe ser no?
Es extraño, o muy básico, pero los ciudadanos tenemos de vecino a algunos ministerios más que otros. Ponete a enumerar nomás, en tu cotidianidad, cuántas veces hacés referencia al ministerio de cultura, al de seguridad, o al de salud. ¿Es solo en nuestro país donde conviven bajo un mismo gobierno, funcionarios -o sea ministerios o secretarías- que van del progresismo y la calidad humana al estilo mas rancio? ¿O somos nosotros, los votantes, los que no vemos qué fácil nos endulzan los oídos dándonos la luz necesaria en algunas áreas que no tienen en otras?
Pelotudo
Yo, desde chico, suelo ser más voluntarista que inteligente, y suelo opinar aunque no me lo pidan. Por eso hablo, aunque después pueda sentir que estoy equivocado, como me pasa bastante. Y entonces siempre caigo en la misma pregunta, lo que ya es un problema. ¿Con cuanta plata se le soluciona el problema de tener una casa mínima en un barrio digno con agua y luz a las personas que viven en casas de chapa y cartón? Lo tengo que averiguar. Pero cuando veo crecer la ciudad que disfruto y veo algunas inversiones que se priorizan me digo eso también, somos demasiado cínicos. No nos cuesta pasar ciertos límites.
Ya veo que esto corre el riesgo de ser una canción de Gieco, y aunque Gieco fue un referente fuerte en mi adolescencia, fui tomando distancia de algunos postulados. Sin embargo me despierta ese pesimismo realista en Gieco cuando dice “no creo que esto se ponga mejor, pero sino luchamos será peor”, pero prefiero no sonar a “cuantos dejarían de ser esclavos por el precio de una bomba al mar”, porque eso se le puede permitir a una canción, o a un poema malo, pero no a este tipo de texto…que tampoco se qué tipo de texto es. Y podría decir eso de que “todo lo que era literatura se ha desprendido de mi”, pero todavía ni arranqué. Gonzalo Garcés sí, a modo ¿justificativo? en su última y agitada novela “El Miedo”, eligió el acápite que aparece en “Trópico de Cáncer” de Henry Miller (1934). Allí se lee un comentario de Emersón: “Estas novelas darán paso, con el tiempo, a diarios o autobiografías”. El querido Abelardo Castillo, a quien Garcés tradujo e intuyo respeta mucho, escribe en “Ser Escritor” cosas como estas: “(mejor no lo cito, comprá, pedí prestado o robate el libro, es muy bueno, y por ejemplo alude a muchas discusiones que no creo que hayan caducado aunque parece que sí. Retomando a Sartre, por ejemplo, se pregunta eso de si ante un chico que se muere de hambre sirve para algo una novela, si los escritores jóvenes se reconocen parte del mercado y toda una data rabiosa como solo puede tirar el viejo loco y rabioso (en sus libros, porque no lo conozco) de Castillo. ¡Sos un grande Castillo, te debo muchas!.
Volviendo a lo de la película. Al verla me pasó esto: volver a encontrarme con ese sentimiento elemental que me acompaña y me punza siempre: En argentina seguimos en el infierno. O para ser más justo, muchos siguen en el infierno. De ahí que odie tanto esa pose, esa sonrisa jactanciosa que se comparten tantos líderes políticos. Y acá empiezo a sentir que no puedo resolver el texto. Que le voy a dar vueltas desde la escritura para decir lo que quiero decir. Pero no quiero pisar el palito de la forma. Hay un montón de escritores y sabios analistas que ya lo dijeron mejor que yo, o lo están diciendo mejor que yo.
Lo que quiero decir es que para mí el “estado democrático capitalista”, con sus socios del mercado, (¿los mismos que manejan el estado?), está tan afianzado que te “apoya” con dinero, seas artista, intelectual o barra brava, para que vayas y muestres cómo viven los que están al horno. Entonces nosotros, podemos hacer novelas, programas de radio, películas, programas de tv, y obras de teatro donde “le damos voz a los que no tienen voz”, y nos ponemos a reflexionar todos juntos sobre la barbarie del capitalismo. Eso no me parece malo en sí mismo, y ya hablamos bastante también de las veredas enfrentadas del “arte político o social” VS el “arte por el arte”. Esas rivalidades irreconciliables, ahora también o desde siempre, se reconoce, no eran del todo ciertas.
Pero Fowgill, hablando de cine por ejemplo, en una de las entrevistas que aparece en el poderoso “Los libros de la guerra” (Mansalva), respondía que “un arte industrial que necesita dos millones de dólares para arrancar no puede ser independiente”. En su tono sigue diciendo sobre el cine que es “un negocio sucio, es uno oficio de canallas” y aclaraba: “Un poeta o un pintor no necesitan de una coyuntura institucional encarajinada para producir arte. En cambio, un actor y un director de cine necesitan de ese consenso. Por eso están perdidos, y por eso hay más canallas en el cine que en la literatura y la pintura. A mayor dependencia de la red político-institucional, mayor frecuencia de canallas en la demografía de artistas del genero”. Y para mi, que andaba buscando gradación, tomá salame: “Es más grave en la pintura que en la música y es mas grave en la música que en la literatura. Dentro de la literatura es menos grave en la poesía”. (El amante del cine, 1996)
En mi caso, también me parece verlo en los pichones de político que adiestran, o se dejan adiestrar, para administrar qué va primero y que va segundo, de un modo que responde más a jugar el filoso juego interno de la política que a las ganas de patearle el culo a los mayores que están haciendo este tiempo muy puto. Hacen de ese manejo de la caja un arte. Y para que esto no suene antiperonista, porque de verdad no lo soy, sumémosle que otros pichones hacen del “manejo de las influencias un arte”.
En tanto a los de mi calaña nos adiestran para soportar, o ser parte de la superestructura cultural que, midiendo costos y beneficios, pacta con alguna forma de explotación y concede, concede. Seas artista o intelectual, el estado o el mercado(Y sé que esta dicotomía también caducó), suelen tentar con distintas formas que bajo el ropaje del reconocimiento, nos pueden dejar en un lugar indefenso a la hora de opinar, decir, señalar. En casos extremos algunos hacen de esa convivencia su forma de producción constante.
Lo más raro es que yo confió en la moral intelectual de un montón de personas que cuentan con estos reconocimientos, por eso es doblemente peor sentir que en pos de poder hablar y opinar, desde nuestro lugar de francotiradores imbatibles, nos sentamos a casi todas las mesas, y algo se va corrompiendo. Esos animales no se mosquean. Habrá que ver de qué modo volvemos más certeras esas cosquillas. Por eso me enojo con el estado, porque algo de confianza me queda. Y el mercado ya lo desconté hace rato. El mercado hace guita, puta guita, mata personas y hace guita. Habrá que preguntarse en cuanto vamos a seguir colaborando.
txt: Bernardo Maisón
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