13 mar 2012

El escritor, el músico y el bar

Invitado a inaugurar esta nueva sección del programa, el escritor Marcelo Britos fue a escuchar al grupo de tango (electrónico?) San Telmo Lounge al bar Mano a Mano. En su texto se mezcla la mirada de una amiga Italiana que va a la milonga en Roma, la tragedia de Once, y el recuerdo, como un atardecer en otra ciudad; esa zona que facilmente reaparece con la música.


En Roma están de moda las milongas. Los miércoles, con profesores argentinos, uno de ellos de Rosario, hacen bailar a las gringas; casi no van hombres. Ellas dicen que tiene una sensualidad que no encuentran en Italia, y seguramente se refieran también a ciertos mitos o estereotipos de los argentinos, los pocos buenos que tenemos en el mundo.

Una amiga, italiana de padres argentinos, va a esa milonga. Ella está conectada con otras cosas. Escuché decir, también a un gringo, que pertenecemos al lugar en donde habita lo que amamos. Hace unos días, un día después de la tragedia de Once, hablé con ella. Me dijo que no había podido escuchar tangos ese miércoles, se fue a la media hora de haber llegado, con los ojos en lágrimas; tiene unos ojos hermosos. De alguna manera, esa música la llevó a un lugar en donde habitaba la angustia de todo un país, un país lejos de ella, y a la vez tan cerca. Seguramente sintió nostalgia de ese lugar, aún sabiendo que era un tiempo de dolor. Aún ignorando la verdadera dimensión de esa tristeza, que sólo podía verse en los ojos de los que buscaban a sus afectos en los andenes del desastre. En algunas lenguas, la ignorancia es no saber lo que sucede en el lugar en el que nacimos.

Yo amo el tango, y no sé por qué. Es cierto que mi viejo fue miembro de la Academia Porteña de Lunfardo, y que aprendí las letras de la Guardia Nueva a los ocho años, y las cantaba parado arriba de la mesa, en reuniones familiares, o cenas del laburo de mi viejo, pero aún así, más allá de esas herencias impuestas, la pasión por esa cultura me fue llevando despacio hasta hoy. Y entré en su historia y comprendí que también es la mía. Porque el tango es barrio y yo me crié en uno. Es olor a hojas quemadas de otoño, a madreselva en el verano, a vino barato en el club, a Tute Cabrero. A piel por primera vez en una plaza o en el cine, y el tango también es cine de doble función y merca barata y soledad. Ese es mi tango, y cuando lo escucho vuelvo a mi cortada, y por eso lo amo.

Esto es desordenado, lo sé. Pero todo recuerdo es así. Y las cosas que atraviesan el pecho también son caóticas. He ordenado alguna vez la historia del tango, he leído Salas, Sábato, Gobello. Recuerdo todavía las letras de mi infancia y he aprendido nuevas. Dicen ellos, que Manzi, Cadícamo –qué poeta Cadícamos!!!- , Espósito, Dicépolo, escribían en clave modernista. La belleza es un objeto inalcanzable, por eso la mina se fue, la vieja murió, el barrio ya no está. Apenas me gustan algunos versos de Rubén Darío y sin embargo, a veces siento que mi vida es un tango, toda vida lo es.

El viernes a la noche fui a la casa de unos amigos –Mano a Mano- a escuchar San Telmo Lounge. Viajé. Fui por una ciudad de luces entre brillantes y opacas, bien urbana, y después los árboles encerraban un túnel de sombra, un puente de hojas sobre el asfalto que cruzaba de barrio a barrio; y si los ojos se fijaban en el techo del ducto natural, sin conciencia de las avenidas ni de los nombres, se atardecía en otra ciudad, en rincones que desconocían el tiempo y el espacio. Era tan sólo una sensación para los demás, no para mí.

Comprobé que ingresaba a una dimensión que no conocía, que no era ni cercana al registro histórico que habían adivinado y confirmado mis ojos en toda su existencia. Sí podía descifrar su apariencia, su forma, pero no su entidad; como si fuera el decorado perfecto de una escena de aquella obra consabida. Podía reconocer las fachadas, las columnas con cada uno de sus mensajes, marcando las esquinas. Los sitios que por su obviedad eran reconocibles, seguían siéndolo: la plaza Buratovich, el hospital Carrasco, el club Federal; pero algo empujaba sus colores a otro tono, película de kinetoscopio. Fue sólo un instante en el que todo cambió, acaso no podría indicar qué calle marcó el comienzo. Sólo ocurrió y continuó, quizá de otra manera, cuando ya en soledad en el colectivo el chofer se detuvo -la música se detuvo- y con un gesto señaló mi parada, aunque ya lo supiera con tan sólo ver la plaza que se estiraba sobre el frente de la estación de trenes; la arena, los árboles de otoño y las paredes derruidas que daban en conjunto la sensación de una fotografía sepia. Había vuelto. Siempre voy a volver a mi lugar con el tango. Como volvió mi amiga italiana. Como vuelven todos.

El escritor Marcelo Britos (Rosario, 1970) publicó “Como alguien que está perdido” (cuentos) editado por “El ombú bonsai” (2011), Los Dogos (Ciudad Gótica, 2004) y Alexandria (Universidad Nacional del Litoral y Ciudad Gótica, 2007) y la novela Empalme (Editorial Municipal de Rosario, 2010), por la que obtuvo el primer premio del concurso municipal Manuel Musto (2010)



San Telmo Lounge - Viaje Secreto LIVE en Sala Lavarden - Guest musician: Sebastian Mamet & Tutu Rufus - Abril de 2011

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