Alguna vez se ha dicho que lo mejor de ser periodista de rock es ver conciertos gratis. Puede que la idea ya sea clásica, pero en este caso actualizaba su potencia: aprovechamos que Tomás "Quintín" Palma se despedía de su trabajo de lujo viendo a Charly García en el Metropolitano, y le pedimos que nos lo cuente.
Mi último show
Escribir una crónica de un recital, y que quien la escriba, hable en primera persona o se vaya mencionando en el transcurso de la misma, es patético. Sobre todo porque alguien está leyendo la nota por el artista en cuestión y no le interesa mucho leer sobre las sensaciones del periodista, los recuerdos familiares que le traen las canciones, o la previa que hizo antes de llegar al espectáculo. En este caso tengo que hacer algo similar a lo que detesto, porque la línea editorial del blog me ha dicho: “escribí sobre la última vez que vas a un show como periodista, ah, y también sobre el show de Charly”. Digamos que fue un poco morboso, pero muy cierto.
Desde el año 2005 trabajo en un medio de rock, algo conocido por la marca de origen capitalino, y hace varias semanas me dijeron que este año iban a prescindir de mis servicios. Por lo tanto acceder al show de Charly García en el Metropolitano era el último deseo concedido, antes de ser fusilado. Y ahí estaba yo, mirando para todos lados. Es como si a un nene le sacaran su juguete preferido, y le dieran un último día para jugar con él; observaría cada detalle y disfrutaría exageradamente.
Ejercito de reserva
A horas de convertirme en un desocupado es que me encontraba al lado del escenario, rodeado del séquito de periodistas locales. Caferra bajándose un vaso de cerveza, y cuidando a su chomba de alguna salpicada; Lorenzatti , trajeado , apoyado en las vallas de contención que dividían al público, generándole cierta envidia a quienes no pagaron la entrada para el VIP; y la conductora del noticiero de Canal 5 saltando alocadamente en Rezo por Vos, pero desconociendo absolutamente la letra de Huellas en el Mar. También había un par de egresados de las carreras de periodismo, con anotadores de hojas rayadas en mano, que luego subirán sus crónicas a algún medio independiente local que le tira un par de pesitos; y varios invitados ligados a la productora que organiza el evento. Ah, me olvidaba de mencionar al numeroso grupo de personas adultas que se dan el lujito de comprar la entrada cara para ver a García, en una buena ubicación, y que no agitan de la manera en que lo hacen quienes están detrás del vallado. Haciendo el aguante.
Las sensaciones de estar gratis en un show gracias al trabajo, y por última vez, son variadas. Un poco de nostalgia, otro dejo de bronca y el alivio que produce sacarse peso de encima. Antes de ingresar por el “sector prensa” recordé varios momentos gratuitos inolvidables: en galpones, bares, discotecas, estadios, y viendo desde grandes próceres del Rock Nacional, pasando por festivales en Buenos Aires, hasta llegar a Paralamas junto a Los Pericos en un teatro. También recuerdo con melancolía ser muy jovencito, creyendo incrédulamente en la estabilidad laboral de mi profesión, y disfrutar del show de Los Piojos en el Dixon, en dónde no hubiera tenido la entrada de no haber sido por mi “profesión”. Un trabajo bastante confuso, difícil de explicarle a algún conocido que se encuentra en el show con uno -porque ahí se está trabajando mientras se sostiene un trago con la mano - sin haber abonado la entrada. Digamos la verdad, desde ese lugar de periodista, no se sufre el precio de la entrada que pone Calle 13. Salga lo que salga el tipo estará trabajando ahí adentro, o al menos, dirá eso –mientras baila en su lugar-.
Por ese lagrimear
Traté de ingresar al Metropolitano sin lagrimear, sabiendo que era mi última vez pero con la esperanza de poder volver en el futuro a sentir eso del “gozar de arriba”. “Quizás si mi texto les gusta a los del blog de Ushuaia -pensé-, me convocan para hacer crónicas y ligo algún que otro show más adelante”. Me ubiqué con dos amigos que trabajan en los medios y quiero mucho, y cantamos saltando, y bailando todo el concierto. Sabía del show de Charly con esta formación por amigos que lo vieron en el Gran Rex, en Mar del Plata y en Cosquín; por eso estuve esperando la voz en off de Juan Alberto Badía, relatando una historia con García en faceta de mimo haciendo las representaciones gestuales ante el público. También esperé el fragmento de Un Perro Andaluz de Buñuel/Dalí, con frases de Charly dichas por Graciela Borges, y el montaje proyectado en la pantalla, en un descanso para la banda. Sabía del hermoso delirio de Samalea (Percusionista) que le saca varios tonos a un maniquí (por supuesto, era de mujer, porque no es lo mismo hacer percusión sobre una mujer desnuda que sobre un tipo que tiene todo el pene colgando). Y por supuesto, no es lo mismo verlo a que te lo cuenten, como ésta misma crónica y tantas otras que hay dando vueltas por distintos portales digitales. Ver a Charly es muy transformador, mi primo Cristián terminó el secundario y no sabía muy bien qué hacer con su vida. Luego de ir al Metropolitano decidió anotarse en la escuela de Música. Y creo que Charly es eso. Un artista que te cambia la vida. Te tira sobre la cara la libertad, el amor, el peligro, el miedo… y podríamos seguir enumerando sensaciones movilizadoras.
Esto sí que es Argentina!
García es Argentina porque es ese bandoneón en No soy un extraño, mientras Samalea lo toca y Charly se sienta a su lado para cantarlo; y es también un Tango en Segunda, la hermosa intro porteñamente tanguera que se mandaron al comienzo, con las pantallas que desde atrás del escenario mostraban las calles empedradas bajo la lluvia, y esas sombras entre tanta luz. García es “El ser popular” que reinventó la música argentina, un ídolo con todas sus genialidades y sus contradicciones como lo es Maradona.
Lo que suena la banda es impresionante. Arrolladora. Casi 30 canciones que aplastaron hasta al más refutador de todos. Las guitarras, la bata, los teclados, el violín, el cello, el bajo, la voz de Rosario Ortega y el gordo Charly que se levanta los pantalones que caen constantemente, todos juntos son una tremenda máquina, una máquina de tiempo que va de disco a disco renovando su sonido y con sobradas muestras de estilo. Hasta los plomos lo tienen, lookeados con los pilotines marrones que tiene toda la banda “The Prostitution”, o con el brazalete de Say no More, mientras acomodan un micrófono en pie porque Charly lo ha tirado controladamente en el medio de un tema, vestigios de lo que fue. Su sonido ahora arranca una gira por Estados Unidos y puede ser el comienzo de algo groso. Otra vez ayudando a que crezca la industria de la música nacional con un producto de alta calidad.
“Fui un guerrillero intelectual”, se autodefinió García al sentarse en teclados con un saco rojo de alta gama, y antes de cantar Rasguña las Piedras dijo: “un vaticinio de The Wall”. Haciendo referencia al muro del que habla la letra, en plena fiebre nacional por Roger Waters. Su tema es del 73`, y la ópera rock del grupo británico del 79`. Después sobrevino su lado humorístico, García puso en pantalla la letra para que el público la siguiera, y todos juntos arrancamos con el “dee- trás delas paredes…”.
Corte (y confección)
Al otro día tuve la suerte de ir al estadio River para ver el show de Roger Waters comprando mi entrada, tal como voy a empezar a hacer desde ahora, y durante todo el tiempo pensé en que Charly va a prenderlo fuego con su banda, en Abril, cuando toque para un festival de cerveza conocida que está viniendo media fea. Es que la apabullante tecnología que propone Waters, ese cine gigantesco dónde pocas veces observás a los músicos tocando, no tiene nada que ver con la calurosa humanidad que propone García. Y a toda esa música que habla de lo que te pasó a vos, a tus viejos, a tus amigos, a las generaciones anteriores. Por eso es muy probable que vuelva a River, pero no para ver al británico, tengo ganas de pagarle a Charly lo que le corresponde. Tiempos en que cosecha lo que ha sembrado.
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