Roberto Retamoso fue nuestro invitado del sábado por la noche al concierto del cantor y guitarrista uruguayo Miguel Duré en “El Aserradero” (Montevideo 1518). Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario, de la que es docente en las Escuelas de Letras y Comunicación Social, ha publicado investigaciones sobre poesía argentina del Siglo XX, entre otros varios trabajos críticos. Su último título es el libro de poemas "Teoría de la lectura" (El ombú bonsái (2011).
El escritor "amante del folklore" fue acompañado de su amigo Leonardo Guiskin "con quien compartimos, en los lejanos y -para muchos- míticos años setenta, peñas, recitales, utopías y derrotas".
LA VOZ URUGUAYA
Por Roberto Retamoso
Hay quienes piensan que, en la vida, las cosas ocurren por azar. Otros -acaso más clásicos- imaginan que, tramadas por hilos que desconocemos, las cosas acontecen porque los dioses que mueven esos hilos disponen de ellas. A mí me gusta creer -aporía insoluble que no me incomoda- que las cosas ocurren por ambas razones.
De modo que no podría decir si fue por azar, o porque había algo escrito, que anoche estuve en “El Aserradero”. En todo caso debería decir que seguramente fue por ambas cosas, por antilógico que suene.
Invitado por Perry fui a escuchar el recital que ofreció el cantante uruguayo Miguel Duré, acompañado por el dúo de guitarras “Color a Nuevo”, que integran Federico D'Attellis y Juan Pablo Esmok. El recital abría el ciclo “Homenajes Cantados” que organizó “El Aserradero” este año, con motivo de cumplirse su décimo aniversario. Y esta apertura -ya que de uruguayos se trataba- estuvo dedicada a homenajear, repasándola, la maravillosa obra de Alfredo Zitarrosa.
Como la invitación era para dos personas, lo hice acompañado de mi amigo Leonardo Guiskin, tan amante del folklore como yo y con quien compartimos, en los lejanos y -para muchos- míticos años setenta, peñas, recitales, utopías y derrotas.
Se podría decir, entonces, que la propuesta nos resultaba más que tentadora: escuchar los temas inolvidables de Zitarrosa por un uruguayo que, además, había tocado con él. Ese dato suponía dos aristas. La primera, promotora de expectativas, consistía en entusiasmarse ante la idea de oír a quien había estado al lado del gran cantautor uruguayo, como si se dijera que, por simple contigüidad, la figura de Miguel Duré podía traer consigo la presencia siempre añorada del señorial Alfredo. La segunda, promotora de recelo, nos hacía temer que se tratase de escuchar un epígono, un mero calco -por bueno que fuese-, de la voz y la guitarra del autor de “El violín de Becho”.
Bastaron unos pocos acordes y unos primeros versos para comprobar, admirados, que la arista dominante en el dato era la primera. Miguel Duré se iba revelando como un típico cantor uruguayo, en el porte, el decir, el fraseo y en la hondura de una voz que anoche iba dibujando sobre el escenario una genealogía en la que, además de Zitarrosa, se reconocía a Daniel Viglietti, Los Olimareños, y hasta el mismo Jaime Ross.
Porque me animaría a decir que éso es precisamente la voz uruguaya: un tono, una presencia, una manera de contar cantando tan criolla, tan litoraleña, incluso tan bonaerense, que parece nuestra. Así fue como revivimos milongas -ese género que cruza el Río de la Plata para atar la planicie argentina con el interior uruguayo-, candombes y chamarritas, en una especie de representación musical del sincretismo étnico y cultural que labra el folklore de esta patria común situada alrededor del Mar Dulce, como lo llamó Solís.
Por otra parte, la excelente interpretación de Miguel Duré permitió apreciar, una vez más, la vigencia de la música de Alfredo Zitarrosa. Esa vigencia que se sostiene en historias hechas de cuestiones sociales y de palabras populares, por lo que no extrañó que el recital expusiera además pequeñas joyas de Osiris Rodríguez Castillo y Aníbal Sampayo, tan luchadores, tan militantes por un mundo mejor como el propio Alfredo.
Sin embargo, nada de eso tuvo que ver con la melancolía. Las canciones de estos grandes maestros uruguayos no fueron una suerte de revival anacrónico, entre otras razones porque fueron versionadas con sentido de época. En ese aspecto resultó decisiva la participación del dúo “Color a Nuevo”, integrado por dos jóvenes y eximios guitarristas que a las formas sureñas de la milonga las supieron fusionar con maestría con otros ritmos populares como el flamenco, en una inesperada pero convincente interpretación.
Un Zitarrosa de hoy, podría entonces decirse, recreado maravillosamente por músicos uruguayos también de hoy. Esa plena actualidad de la voz uruguaya, sobria y potente a la vez, fue el regalo que nos ofreció un recital que -de nuevo: ¿destino o azar?- se realizó un 24 de marzo.
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