El perfume de los diecisiete
Así fue que llegamos, después de un par de años de estar juntos, Fabián y yo, a un nuevo concierto de Coki por millonésima vez. Habría que decir que el gusto por el rock star rosarino tenía que ver con una coincidencia generacional, como tantas otras que nos sorprendieron a uno y a otro cuando nos conocimos, “vos estuviste en tal recital” y “yo estuve en tal recital”, etc., sitios encontrados de una adolescencia ordinaria para tantos pibes de la ciudad.
Fue fácil conocernos con Fabi, había como un sustrato común de todas estas cosas, derivas paralelas que hicieron que nuestro encuentro pareciera fatal. “Dónde estabas todo este tiempo”. En ese momento Fabi bien que parecía un personaje bohemio al estilo de las letras de Coki, un poco demodé, un poco exagerado, un poco fatalista. Y ahí volvía a serlo, controlado por un grupo de fans que no soltaron al cantante ni un segundo durante los cuales dejó de cantar, tocando nomás, “Un millón de dólares falsos”. Qué envidia profunda: yo no me sabía la letra y veía a los del público recitarla como si le dieran cátedra al músico. “Gracias”, dijo el rocker, mientras alguien como yo se llenaba de admiración.
Después tendría lugar otra sorpresa, como el hacer subir a uno de los fanáticos a cantar “Joselito”. Uno medio gordo se coló por detrás e hizo los gestos de la guitarra detrás del guitarrista, como un personaje de Capusotto. Si había algo de esos rituales en los que se mezcla el público con el performer, tal vez habrá tenido que ver, pienso, con el perfume colegial que sobrevolaba el auditorio de la Alianza Francesa; mesas rodeando un buffet con sillas coloradas, otra larga, con varias comidas caseras, y unos tickets de colores que llevaban impreso en grande “cerveza” o “fernet”. No me hubiera sorprendido ver globos de colores, como en una graduación.
Pero no los vi. En cambio me encontré con un viejo amigo de la facultad y un amigo de mi primo. “Vos sos la prima de Lavih”, me dijo, “me acuerdo de una vez que fuimos a escuchar a Dolina al anfiteatro, lo vimos de afuera”. Claro que sí, el perfume de los diecisiete era encantador. Mi amigo nos contó de su próxima novela futbolística, uno de sus personajes tiene un nombre impresionante. “Me lo sugirió él”, nos soltó, y señaló a otro amigo suyo que comenzó con un relato sobre el club de fútbol con el que jugaba de niño, en una vecinal de Gálvez. Creo. No me acuerdo nada, pero sí que lo que contó, y la forma en que lo hizo, fue memorable. “La persistencia del relato”, me dijo mi amigo, y ahí sí que me reí. Fabián también se divertía mucho con estas historias.
Y qué más: que antes de que tocara Coki, tocó Jubanny. Que me lo habían anunciado como “el David Bowie rosarino”. Que no se sabe si él mismo se hace llamar así o no. Que Coki tocó una gran versión de “Ana no duerme”. Que el sonido se cortó cada dos por tres y que como chiste arremetió con los acordes de “Cae lenta”. Que cuando nos subimos al colectivo de regreso Fabi me dijo que hace unos años Coki se sacaba la remera en el escenario, pero que ya no lo hace. Y que con sus compañeros de la facultad, cuando estudiaban Comunicación, le pidieron que fuera el conductor de un programa televisivo que debían hacer para un trabajo práctico. “¿En serio?”. “Sí, puso la mejor, le hizo una entrevista a Daniel Briguet en una pileta-riñón. Y después lo llevamos a la Moreno, creo, el colegio que está enfrente de la Dante, que tiene un balcón grande que da a Oroño…?”. “Sí”, le dije, sin tener idea de qué hablaba, para variar. “Bueno, y ahí empalmamos, con un discurso de Perón de fondo, un contraplano de la gente en la Plaza, y otro de Coki, haciendo la V de la victoria. Cuando entraba a la presentación tenía que pasar pisando uno de esos aros de papel, como en los circos”.
1 comentario:
che, encantadora crónica, habría que registrar el género "volver a los 17" para las crónicas
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