A pocos días de viajar hacia tierras mexicanas donde recibirá el Premio Latinoamericano a Primera Novela Sergio Galindo, convocado por la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV), por su libro La doble ausencia, el escritor rosarino Javier Núñez -primer argentino que logra el premio-, fue nuestro invitado al show que El Chavez dio el sábado último en el Café de la flor. De esa salida junto a un amigo con el que no sale "hace como quince años", el autor construye su fresco de la noche: anécdotas de bares, cigarrillos y reflexiones y “las chicas con su pelo así”. Entre tanto El Chávez, que también estuvo una temporada en Mexíco sacude la pista con “un estilo de cumbia que escuchó allá y le hizo parar la oreja”.
Por Javier Nuñez
Tengo ganas de fumar otra vez. Pero tendríamos que salir y afuera hace frío. Le pregunto si en los bares de México se podrá fumar. El dice que sí. Que calcula que sí. Y que la ventaja es que voy a poder entender los carteles. Los dos nos reímos.
—Una vez, en Túnez, entré en un bar de pueblo con una mina—dice—. Estaba lleno de musulmanes. Se pusieron a gritar como si tuviéramos la peste, y el dueño del bar me hacía señas para que nos fuéramos, y yo no entendía un choto.
Debe hacer como quince años que no salimos juntos de noche, que no estamos tomando algo y hablando boludeces como esta noche en que vinimos a ver a El Chávez en el Café de la Flor. Él lleva más de diez viviendo en Barcelona y cada vez que vuelve trae un montón de anécdotas como esa. Túnez, Taiwán, Londres, Amsterdam, Dubai, Paris. Pero no conoce México. Pienso si le podré preguntar al músico. Leí en algún lado que El Chávez —Matías Méndez, según su DNI— vivió una temporada en México y allá escuchó un estilo de cumbia que “le hizo parar la oreja”. Las reseñas que leí antes de venir hablan de la cumbia mexicana y la cumbia que se escucha en los barrios periféricos de Buenos Aires, y un toque de funk, disco, reggae. Se lo cuento a mi amigo. Mejor dicho: le leo lo que sé, lo que busqué en internet y ahora tengo anotado en mi libretita. Que fue fundador de Árbol. Que se fue por problemas con Santaolalla. Que también es productor y produjo al pelado Cordera, a No te va a gustar, a Cielo Razzo. Traje los datos anotados para poder contarle a quién vinimos a ver y porque tengo la manía de llevar la libreta a casi todas partes.
Hablamos un rato de música y de viajes. Después me dice si no creo que las minas, ahora, le meten mucho más esmero a la producción. Creo que lo dice por alguna chica que está a mi espalda y no alcanzo a ver. No entiendo muy bien a qué se refiere. Igual le contesto que sí, que supongo que sí, pero que antes teníamos 20 años y ellas también.
—Pero hay un tipo de mina que me parece que adopta un papel, un estilo—dice—. El pelo así, los lentes, la ropa. Me pregunto cómo serán a la mañana.
Habla conmigo pero es como si hablara solo. ¿Cómo carajo es el pelo “así”? ¿Qué lentes? Busco alguna mujer que encaje en la descripción pero no veo a nadie. Las chicas que están más cerca son jóvenes, casi todas rubias. Ninguna usa lentes. Ninguna tiene un pelo o un peinado que llame tanto la atención como para que yo adivine de qué se trata el pelo “así”.
Tiene que pasar un rato largo, que llenamos hablando de otras cosas, para que me entere. Ya estamos sentados en las mesas frente al escenario, oculto detrás de un cortinado negro. Son pocas mesas, dispuestas como si se tratara de un espectáculo de stand up en lugar de un recital. Pero el espacio libre que nos separa del escenario me invita a suponer que para el momento del show esto se va a llenar. Entonces me señala a una chica. Tiene pelo corto, oscuro, el flequillo tirado hacia el costado como si fuera casual, lentes de marco grueso y negro, poco maquillaje.
—Ves —me dice—, a ese tipo de mina me refiero. Vos la ves así y parece linda, interesante. Pero cómo será a la mañana, sin los lentes, es lo que me pregunto.
—Igual, boludo. O vos no lo reconocés a Clark Kent cuando se saca los lentes y se transforma en Superman.
Me dice que puede ser, que puede ser, pero no está del todo convencido. Miro el reloj. Una y media. Entonces se abre el telón y El Chávez empieza a tocar. Extrañamente, se corre del centro de la escena. Es una tontería pero me llama la atención. Está tirado a la izquierda del escenario; Eugenia, su mujer, ocupa el costado derecho. El centro está reservado para una chica que tiene una máscara de leopardo y baila sin parar. La gente también. Todos los que estaban en el patio vienen corriendo a pararse delante de las mesas y empiezan a moverse al ritmo de la música. Hay varios chicos con dreadkocks cortas que rodean a uno de gorro rojo que acaba de prender un porro. Yo aprovecho el tumulto para prender un cigarrillo. Durante una hora completa, El Chávez encadena canciones de ritmo pegadizo que invitan a mover los pies. Todas las canciones las cantan él y su mujer, salvo cuando hacen un cover de Marley —Crazy Baldhead— y el bajista asume la voz principal. El reggae clásico, metido en medio de la cumbia electrónica, me parece un bálsamo. Después El Chávez vuelve a asumir la voz principal. Cerca del final llega uno de los momentos más celebrados, cuando interpretan Monterrey y todo el mundo salta y canta. Es la única canción que reconozco porque el estribillo lo escuché en algún lado:
“Hoy, no sé, cómo mis pies
siguen bailando este ritmo
sin sentir el piso desde el salón Municipal”
Me pregunto si mañana mis pies seguirán bailando este ritmo. Prendo otro cigarrillo, total ahora nadie viene a decir que no se puede fumar. Y pienso en las horas de avión, en el aeropuerto, en todo el tiempo de abstinencia que me espera. Para cuando vuelva, mi amigo ya va a estar otra vez en Barcelona. No sé cuánto tiempo pasará hasta que tengamos otra vez las mismas conversaciones absurdas sobre los bares de México o Túnez, y sobre las chicas con lentes que no se transforman en superchicas. Y probablemente todavía no sepamos cómo son algunas chicas por la mañana.
Pero nosotros, que ya no somos los que éramos, seguiremos siendo más o menos los mismos cuando nos volvamos a encontrar. Mañana. En seis meses. El próximo año. Así que pedimos otra cerveza, para festejar esa mínima certidumbre.
1 comentario:
¡Qué linda crónica! Y qué buena idea esta de invitar a escritores nuestros a cronicar(?) recitales. Se completa/reinventa indefinidamente el show.
Saludos
D.
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