Preguntar por el sentido de la zamba es comos preguntar por los habitantes de Marte. Y eso ocurre así porque la idea de la vida que supone una zamba parece ser totalmente al revés de la idea de la vida que tenemos en Buenos Aires. Aquí andamos siempre muy ocupados: hacemos teatro, vamos a las conferencias, realizamos negocios, discutimos sobre política, gritamos, saltamos, corremos, estudiamos y la zamba nada tiene que ver con todo eso. Más aún, una zamba nos hace perder el tiempo y entonces realmente no nos sirve.
Veamos, por ejemplo, ¿en qué circunstancias solemos escuchar zambas? Ante todo hay que pertenecer a una secta integrada por un número limitado de adoradores de la zamba, quienes se reúnen siempre en lugares extraños, un poco en las trastiendas de nuestra ciudad, casi siempre de noche, y en las primeras horas de la mañana suelen desparramarse sin dejar rastro. ¿Y qué hacemos ahí?
Pues nos pasamos largas horas con la cara triste, en medio del vaivén rítmico de las guitarras y del vino, acompañando nuestra congoja con tiras de asado, alguna empanada y, si se da una fuerte influencia del norte, algún locro explosivo como para no morir de pena.
