
Veamos, por ejemplo, ¿en qué circunstancias solemos escuchar zambas? Ante todo hay que pertenecer a una secta integrada por un número limitado de adoradores de la zamba, quienes se reúnen siempre en lugares extraños, un poco en las trastiendas de nuestra ciudad, casi siempre de noche, y en las primeras horas de la mañana suelen desparramarse sin dejar rastro. ¿Y qué hacemos ahí?
Pues nos pasamos largas horas con la cara triste, en medio del vaivén rítmico de las guitarras y del vino, acompañando nuestra congoja con tiras de asado, alguna empanada y, si se da una fuerte influencia del norte, algún locro explosivo como para no morir de pena.